la mayoría de veces vivo en un cuaderno, a veces salgo a dibujar.
quisiera poder hablar y la mayoría de veces no me sale.

martes, 8 de abril de 2014

Nico.

'Cierren los ojos', dijo Martín.
Le hice caso.



Eran casi las once de la mañana y yo estaba dando vueltas en la vereda. Dudaba en tocar el timbre o abrir la pequeña reja y golpear directamente la puerta.
Entrar en esa casa significaba terminar de aceptar todo y no estaba segura de salir entera de la situación.
Decidí pasar y golpear la puerta, como hacía antes.

Atendió Camila, la hermanita de los chicos. Me abrazó muy fuerte y lloró un poco sobre mi hombro. 'Te extrañamos' dijo, y me odié. Pasamos.
Le pregunté las cosas más idiotas que se le pueden preguntar a alguien a quien no ves en años. Me sentí estúpida, pero ella fue amable y me respondió cada una de las idioteces con tranquilidad, mientras me servía el té en una taza, tal y como lo hacía cada vez que iba a visitarla; como si nunca hubiera dejado de ir y ella aún tuviera 13 años.
Apareció Fernando. Flaquísimo, ojeroso y algo gris. Me vió e intentó sonreír y me llamó como solo (ahora) tres personas lo hacen en todo el mundo:
-Viniste Dee Dee.
Salté de la banqueta y corrí a abrazarlo, tropezando conmigo misma y mi torpeza. Pensé que lo quebraría de tanto apretarlo pero sus brazos cobraron vida y perdí casi todo el aire. Lloraba en mi hombro, todo un metro noventa encorvado sobre mí. Sentí un nudo en la garganta e hice fuerza. Lo menos que él necesitaba era bancarse mi llanto. Intenté calmarlo con la patética promesa de que todo estaría bien.

¿Qué es lo que va a estar bien? Nico está muerto, Nico no va a volver.
Nada va a estar bien.

'Te extrañamos', dijo ahora él, y volví a sentirme basura.
Hablamos por lo que parecieron horas, reímos y recordamos los 'viejos tiempos'. pregunté por Martín y los dos callaron. Cami apenas murmuró: 'Está en la pieza de Nico'.

La habitación estaba casi igual a como la recordaba, excepto por algunos posters nuevos y algunas fotos. Las ventanas estaban cerradas y el sol del mediodía entraba por las rendijas de la persiana. Entré y cerré la puerta.
Martín estaba recostado en la cama, mirando el techo.
-Hola Tincho.
Volteó a verme como si fuera un fantasma y volví a odiarme. Le ví la cara y tenía los ojos rojos, con algunas lágrimas a medio secarse. Lloraba en silencio. Se sentó en la cama que solía ser de su hermano.
-Hola Dee Dee.
Caminé los pocos pasos que nos separaban y me senté a su lado. Nos abrazamos, y después de unos minutos volvió a recostarse, haciéndome señas para que lo imitara y lo hice.
Hablamos de cosas poco importantes. Cada tanto hablaba de su laburo, viajes, fotos. Me señalaba algún rincón de la habitación y su voz se quebraba.
No es que empezara a llorar, es que nunca dejaba de hacerlo.
Martín no salía de esa pieza, Martín vivía a Nico en sus cosas. Martín creía que todo eso era injusto, que esas cosas no debían pasarle a un pibe de 25 años. Martín tenía razón en todo y aún así no alcanzaba.
Pero eso él ya lo sabía.

Nos pusimos a fumar en silencio. Creo que estuvimos escuchando nuestras respiraciones por al menos media hora hasta que empezó a reírse. Mucho. Y mientras intentaba contenerse se tentaba más, hasta que me contagió la risa y a los dos minutos los dos teníamos calambres en la cara y la panza de reírnos como desquiciados. Fernando y Camila golpearon la puerta preguntando si estábamos bien; Tincho -sin dejar de reír- les dijo que podían pasar.

Cuando entraron preguntando qué nos pasaba, solo pude mirar a Martín, quien reía.
Cami y Fer se acomodaron a los pies de la cama y quedamos en silencio. Otra vez.

'Cierren los ojos', dijo Martín.
Le hice caso.

Nadie preguntó nada. Nadie se movió.
Lloré a Nico en silencio. Todo era injusto, muy injusto, y no podía dejar de odiarme por ser tan egoísta al pensar en lo poco que lo había visto en los últimos dos años.
Sus hermanos llorándolo y yo pensando estupideces.

Martín empezó a hablar, y después de él cada uno fue recordando diferentes historias y secuencias compartidas. Algunas veces las voces se quebraban pero no dejaban de hablar, parecía que estaba prohibido parar de recordar.
Así el aire se fue haciendo más liviano, y a pesar de tener los cuatro los ojos rojos, llorosos e hinchados estábamos mucho mejor y se notaba.

Cuando llegó el momento de volver a casa llevaba litros de té encima, papelitos, entradas viejas, fotos, humo en la ropa, risas y recuerdos con aires nuevos.

Nico lo sabía.


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