la mayoría de veces vivo en un cuaderno, a veces salgo a dibujar.
quisiera poder hablar y la mayoría de veces no me sale.

domingo, 6 de abril de 2014

no sucedió jamás

Se miró las zapatillas con una creciente culpabilidad en el pecho.
Al menos así identificaba Reneé esa opresión desde chica. O como un mal presentimiento o (la mayoría de veces) simplemente un miedo atroz ante loquestáporvenir. Esta vez creyó vislumbrar algo parecido al autoodioporloqueibaahacer.
Miró por la ventana y le costó identificar si ya amanecía o si solo era el alumbrado público entrometiéndose en la habitación y sus pensamientos. 'Tal vez -pensó sin molestarse en mirar la hora- sean ambas cosas. Podría ser.' Y lejos de tranquilizarla, la posibilidad del sol afuera la puso más nerviosa aún. El corazón le latía en la garganta: debía decidirse y rápido.
La luz filtrada entre las cortinas iluminó el contorno de una espalda a su lado. Eso no ayudaba, la luz no ayudaba para nada. Si seguía su esquema debía levantarse e irse.

La noche anterior la había pasado muy bien, había sido genial, pero creyó ver implícito que no debía quedarse.
En realidad no recordaba nunca en su vida haber sentido que pertenecía a un momento y lugar, nunca había sentido que debía quedarse. Aunque esto jamás lo había hecho antes.
Era la primera vez que había roto sus propias restricciones.
Había ido.
Había hablado. (lo intenté al menos)
Había mirado.
Se había quedado.

No es que no lo hubiera pensado antes (podría quedarme) pero en cierto momento pensó en levantarse e irse. Debió decirlo en voz alta porque él le contesto que no era necesario y podía quedarse.
En ese momento, instintivamente estiró la mano hacia el vaso y mientras terminaba el vino miró a su izquierda la puerta que daba a la única habitación, donde se veía parte de un acolchado, (plaza y media, apuesto todo) en el piso un bolso y (apenas) la puntera de una zapatilla.
El último trago bajó violentamente y mientras se limpiaba la boca con la manga del saco (la puta madre no puedo ser tan imbécil tanto me pegó el vino que no puedo ni co) dijo 'bueno'.
La propuesta había sido realizada y el 'bueno' se había quedado corto comparado con la afirmación que frenó en sus labios. Se sentía suelta.
Buscó en la cara de él algún rastro de fastidio, (tal vez se siente obligado tal vez sintió que era lo que debía decir estoy a tiempo de negarme abrir la puerta saludar y tomarme un taxi a ca) pero si se sentía así había logrado ocultarlo con una cara completamente neutra.
Y todo pasó.

Ahora era casi de día, estaba con su remera sentada en la cama y las piernas meciéndose en el aire, los cordones desatados bailando a un ritmo frenético, casi tan frenético como el ritmo de sus pensamientos e intentos de recuerdos.
No por primera vez en esas horas Reneé consideró que todo eso era demasiado bueno como para estar pasándole a ella y casi esperaba que apareciera el conductor de algún programa televisivo dedicado a hacerle bromas a la gente, anunciándole que se había ganado un lavarropas de FRAVEGA, ¡GARANTÍA DE CONFIANZA!
Eso hubiera sido más probable. Más real.

(me tengo que ir ya antes que se despierte y tenga que escuchar alguna triste excusa producto del arrepentimiento no voy a poder vivir con eso además)

Que había amanecido era obvio porque podía ver casi completamente todo en la habitación.
Y esa espalda.

Dejó de sacudir los pies, se obligó a hacerlo. Buscó con la vista su ropa y mochila. Se había decidido hace mucho tiempo, pero le costaba apoyar los pies en el piso y dar el paso. En realidad lo que quería hacer era meterse adentro del acolchado otra vez, abrazarse a esa espalda, inspirar profundo y esperar (rogar rezar ojalá) que suceda lo mejor que pueda suceder.

NO. irse. ahorrarse un rechazo. trabajar. olvidar.

La garganta comenzó a apretarle. Dolía. ¿Por qué tenía que pensar tanto?
Por un momento deseó ser otra persona, otra mujer. Alguien que no tuviera miedo todo el tiempo, esos alguienes que se arriesgan porque en el fondo saben que el sufrimiento debe agotarse en algún momento. Esas alguienes, las que se quedan.

Y mientras pensaba, en medio de ese caos en su cabeza, sintió moverse el colchón. Apenas volteó y pudo ver una mano buscando.
-Hey, buen día.

Y esa sonrisa.

No pudo menos que derretirse mientras tiraba sus zapatillas en el piso, volver a su lugar y relajar cabeza, brazos y piernas en un cuerpo que parecía recibirla en armonía.
Se sintió tonta, pero feliz. Y feliz estaba bien.

-Buen día, ¿querés un té?

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